O por lo menos, la manifestación que tenía de ese sueño.
Dejé el hogar que estaba construyendo para ser mamá.
FELIZ Y JUZGADA (o bien absuelta y miserable)
#Escribo para entender. Entender qué es lo que pasé, en ese agujero de 9 años, donde mi alma se transformó tanto que ya no pude reconocerla. Donde fui a explorar, y al explorar al mundo, el mundo me exploró a mí. Y me dio miedo. Y no estaba preparada para eso.
La mirada de lo ajeno, las culturas distintas, introducir del aire todo lo nuevo que pudiera conocer no era más que el abismo reflejado en mí.
Jugué a las mil personalidades, a la Majo adaptada al sudeste asiático, Majo adaptada a Oceanía, Majo adaptada al medio oriente, a África. Siempre sentí que poder adaptarme tan fácilmente a culturas distintas era un "asset" que tenía. Pero era, tristemente, mi falta de ingredientes, mi repudio a lo que me conforma, mi desprecio hacia mis genes y mi pasado, que hizo que buscara sosiego en cualquier país que me acogiera.
La idea de una nueva vida, una nueva familia... fueron un parámetro, una estructura constante para sentirme parte de algo que, en esta vida, siento que está equivocado.
Siento la soledad de un niño adoptado que no sabe nada de donde viene su familia.
Siento que nací en otro lugar, en otra familia, en otra cultura. Y que nadie lo sabe ni lo supo jamás.
Mi vida la formé encontrando pedazos de culturas que resonaban con mi ser, y así formando una nueva "nacionalidad"; la mía, la original, única, o lo que sea que fuere.
Elegí ser incomprendida, hablar con palabras adoptadas, expresiones de otras culturas, movimientos del otro lado del mundo, creencias y recuerdos que no se acomodan a la facilidad católica de Latinoamérica, mi región de origen. Sentía que eso me hacía única y fascinante. Lo que de tanto en tanto es real, pero la mayoría de los veces causa separación a raíz de la falta de entendimiento.
No lo sé. Ya no lo sé.
No sé quién soy.
No sé a quién amar.
A la sombra de quien una vez fui, a quien protegí bajo 70 candados,
o a la que se aventuró al mundo dispuesta a perderse en él,
y que el mundo se pierda en mí.
Nos encontramos cuando los dos permitimos que otras causas liberen lo que ya llevamos dentro.
Cuando ya no nos importa la diplomacia, ni los títulos, ni las presentaciones.
Nos encontramos en ese tercer trago y esa sonrisa cómplice. En el universo del Platón. Ahí nos conocemos, nos gustamos, nos deseamos, nos entendemos.
Ahí donde nuestras pobres almas mortales descansan en la discresión de echarle la culpa a lo externo por sentirnos parte de algo que quizás allá, en el mundo real, no nos pertenece.
No toda relación tiene que cruzar el abismo de lo real y lo cotidiano.
Y yo puedo querer lo que sos.
La fama que tenemos los Argentinos es una costumbre que los argentinos solemos tomar con más orgullo que vergüenza.
Ser considerados como los vivos, convincentes y mentirosos del condado es el equivalente cultural a ser ése chico guapo que salía con las chicas más populares y se daba el lujo de romperles el corazón. Ser Argentino es, para nosotros, ésa fama que mezcla un acento ¿sexy? cuando uno dice "Che... Boludo" y ésa picardía que se espera en cualquier momento y a veces da un pase libre para decir una o dos cosas fuera de lugar.
No digo que esté bien. En rasgos generalizados, cada cultura tiene su fama.
Los Argentinos podemos no admitirlo, pero nos gusta esa fama. Nos da un campo de juego divertido.
Cuando empecé a viajar, yo me llevé esa identidad conmigo en la valija. Y no voy a mentir, ser Argentina me ayudó a romper el hielo en incontables casos en los que uno tiene que ser interesante para hacerse amigos en un país nuevo.
Pero después empecé a entender que no somos los únicos que tenemos ésa fama.
En Latinoamérica, quizá. Pero en el Medio Oriente, hay otros Argentinos. Son los Egipcios.
En Africa, los Argentinos son los Nigerianos. O los Kenianos.
En Asia, los Tailandeses.
Los Argentinos no somos los únicos Argentinos en este mundo.
Los Egipcios tienen, también, ese je ne sais quois que los hace un poquito pícaros, picantes, divertidos y con un poco de peligro. A un Egipcio no me era fácil perderlo en un discurso, sostener una retórica que me hiciera convencerle de algún asunto que se discutiera en la mesa. Ni hablar de negociar con un Egipcio, nunca gané. Cómo me divertía hablar con los Egipcios! Nunca nadie se tomaba las cosas en serio.
Los Kenianos son los reyes del cuento del tío (el "cuento del tío" es el nombre que recibe en Sudamérica (principalmente Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia) un tipo de estafa, en la que se aprovecha de la confianza y ambición de las personas por obtener grandes beneficios fácilmente). Cuando la gente de mi oficina no quería venir a trabajar, generalmente la excusa era una abuelita o tía muerta. Había un pibe en mi oficina que mató al menos tres o cuatro abuelas en menos de un año. Yo sabía que era mentira, pero ¿qué le vas a decir? ¿que te traiga el certificado de defunción? No. Encima tenés que jugar su juego y sentirte mal por ellos y desearles lo mejor, cuando sabés, dentro tuyo sabés, que están en la casa tirados con resaca.
Ser Argentina no es ser Argentina sino es ser de éste grupo de personas en el mundo que jugamos haciendo trampa un poquito. No hablo de la trampa turbia, sino la "trampita", el doble sentido, la letra chica, la promesa adornada con moños, confites y guirnaldas.
Hay gente que es eléctricamente irresistible. Y los hay en todos lados y en todas las culturas. Y por suerte fui Argentina lo suficiente como para darme cuenta, y divertirme con éso, con ellos, juntos, sin susceptibilidades de por medio y una chispa de picardía en el ojo. Encontrar complicidad en una persona que se nos hacía diferente es uno de los sentimientos más gratos de este mundo y uno de los mejores sabores de viajar.
Quote del día: (en el "souk", que es el bazaar) "Hello mi friend! Come inside! I have lamps, I have rugs, I have decorations! You want nothing? I got nothing! Come in!