Me mudé exactamente 23 veces desde que tengo 21 años.
11 veces me mudé de país.
23 veces puse todas mis pertenencias en valijas y entré en un lugar nuevo con la ilusión de recomenzar.
No podía recomenzar. No estaba cómoda. No estaba lista.
Eventualmente me di cuenta que el problema no eran los países, o las culturas, o las mudanzas. El problema era que no iba a poder recomenzar si, entre todo mi equipaje, llevaba toda una vida emocional inconclusa. Una madre bipolar y violenta pero llena de amor en sus momentos lúcidos, un padre jugador al que yo adoré toda mi vida aunque haya perdido el patrimonio familiar entero, una cuna de oro que se convirtió en papel de diario, una infancia sin amigos, marcada por las diferentes culpas que impregna el extremismo de la iglesia católica. Yo creía que mi infancia había sido feliz, y cuanto más pienso, más recuerdo todos los momentos que mi mente borró para protegerme.
La última vez que volví a Buenos Aires fue en Junio del 2019.
Volví para quedarme. Porque necesitaba mis afectos, mi familia, mis amigos, un amor, un poco de raíces.
Mi alma era uno de los agujeros negros de este universo, chupando todo lo que encontraba y destruyéndolo al instante. Era negra, y estaba cayendo infinitamente en un vacío sin gravedad. Yo pensaba todos los días que ése era el día de mi muerte. Nunca lo era.
Hasta que di con Ana y Ana me cambió el juego.
Ana es psicóloga.
Me dijo que tengo que destruir todo lo que construí, y volver a levantarlo con los mismos materiales. Hay muchos que habré de descartar, y muchos otros, que antes no había usado, hoy serán los pilares.
Me puse a trabajar. ¿Y cuál era el trabajo? Salir a caminar. Respirar hondo. Pensar. Escuchar música. Pensar de nuevo. Buscar sentido, o quizás no, quizás amigarme con la idea de que algunas cosas no tienen sentido. Investigar sobre mis padres, de dónde vienen, cómo fueron sus infancias, qué los llevó a ser como son. Investigar sobre mí. Creer en cosas nuevas. Percibir la energía.
Y todo cambió. Cambió para bien.
Del miedo pasé al valor. A encontrar un trabajo que me hace feliz. A ser más yo y menos ella. Ella, mi superyó que menciono en varios textos. Respiré.
Y de pronto, de un día para el otro, en un transcurso muy veloz de la historia, me encuentro en un aeropuerto escribiendo este texto mientras espero mi vuelo a la Ciudad de Mexico. Mexico es el único país en el que siempre estuve a gusto. Antes de volver a Argentina, pensé muy seriamente mudarme a Mexico. Pero no, ese no era el momento. Tenía que ir a mi país, ver nacer a mi sobrino, vivir mi familia, ver mis amigas de toda la vida, acomodarme, rearmarme, tener charlas importantes con muchas personas, encontrar-me.
Ahora sí es el momento.
Y de todas mis mudanzas,
ésta tiene aires de ser la última.