17 jun 2022

De cicatrices y sus historias

 Cuando teníamos unos 11 años a una amiga del colegio le regalaron una navaja suiza para su cumpleaños. Las navajas suizas son ésos estuches que se abren en mil cuchillos, muy práctico si sos marinero o pescador o te gusta acampar. Poco comprensible si sos una chica de 11 años.

Estábamos en clase. Loli me mostró su navaja, y yo me puse a abrir todos sus cuchillos. Era emocionante ver cómo tantos filos con tantas formas podían entrar en una pieza tan chiquita. Después de unos muy pocos minutos, vi que mi mano estaba empapada de sangre, cubierta por un caudal del cual no podía descubrir un origen: nada me dolía, nada me molestaba, pero claramente en algún lado me había cortado.

Pedí permiso y me fui al baño tratando de no mostrar mi mano ensangrentada. No quería que el colegio, extremadamente católico y cuidadoso, llamara médicos que me cosieran lo que fuera que me haya cortado. En el baño, limpiándome, descubrí la herida: un tajo grande y profundo en mi dedo gordo derecho, causado probablemente por una de las navajas, nuevas, brillantes y filosas, de ése cortaplumas. Yo veía la herida, veía la sangre; sangre muy pura que sale de bien adentro de la piel, pero no sentía dolor. El filo de ésa navaja era tan perfecto que yo sabía que ésta sería una cicatriz de por vida, pero no sentía el dolor. El corte era tan inesperado, tan poco previsible, que en ningún momento me enteré de lo que había pasado hasta que vi la sangre derramada, pero no sentía dolor.

Unos trece años más tarde, luego de escribir algunos textos y tener algunas conversaciones profundas sobre lo que le sale a uno del alma cuando te preguntan sobre la vida, Lucas me preguntó: "Pero quién te creés que sos?"

Su pregunta iba dirigida, creo yo, al hecho de que yo estaba en un momento de gran creatividad y grandes escritos sobre mis teorías de la vida (en este blog, año 2009 o por ahí). Yo escribía porque escribir es mi manera de vivir, mi manera de ver y sentir las cosas, de preguntarme cuestiones existenciales. Escribir me salió siempre natural, y sacar mis cosas de adentro (del corazón, la cabeza ó la tripa) fue siempre mi manera personal de crear amor desde mí misma -algo que cada vez nos olvidamos más de hacer.

"Quién te creés que sos?"


Pasaron otros trece años de ésa pregunta.

Y, tal como la navaja suiza, el corte en su momento no dolió, ni noté que había pasado. Pero la cicatriz me marcó profundamente. Algo dentro mío se apagó, como una planta a la que le quitan el sol y deja de poder hacer sus procesos básicos para subsistir. Lentamente, sin darme cuenta, la herida -que fue directo al alma- empezó a quitar el oxígeno de mi pluma, de mi mente. Dejé de hablar de cosas que no tenían evidencia científica, porque ahora tenía que justificar todo lo que decía, para poder tener autoridad en mis palabras y nadie nunca más me preguntara quién me creo que soy.

Y de todas las heridas, ésta es una de las que más duele.
Porque es previsible el dolor innato de la vida, las separaciones, los desencuentros, los engaños. Ésos dolores uno los reconoce al instante.

Recién hoy encuentro la fuente de esta cicatriz interna. Y mi alma respira. Y se siente liberada. Y me dice que puedo volver a escribir, porque soy parte de éste todo y eso hace que, entonces, mi verdad exista como existen las montañas o el viento.

Y ya no tengo que justificarme.




Quote del día: 

This is how it works: 
you peer inside yourself
you take the things you like
and try to love the things you took.
And then you take that love you make
and stick it into someone else´s heart
pumping someone else´s blood
and walk arm and arm
you hope you don´t get hurt
but even if it does
you just do it all again

Regina Spektor - On the radio.


4 jun 2022

 Sentada en el café número infinito de esta vida
buscando un punto de isnpiración en estos ladrillos, en estas luces, en este extraño que hace 20 minutos se confesaba oriundo de Malasia que se había enamorado de Latinoamérica y vivía en Sao Paulo.
Sentada acá te busco, a vos, a la que está metida dentro de la coraza de un árbol profundo en medio de un bosque profundo.

Te busco a vos, que tenés miedo de salir. Que el mundo te asustó, te hizo sentir sola y buscaste con todas  tus  fuerzas ser ésa persona invencible que todo lo puede y que nadie va a desrribar.
A vos que quisiste llevarte todo por delante, creyendo que podrías, creyedo que eras especial, que las emociones fuertes iban a callar en algún momento todos los gritos de tu alma.
Que tu dolor, enterrqado dentro de las entrañas de tu mente, iba a permanecer ahí si le dabas distracciones suficientes como para no tener motivos para salir y enfrentarte a una realidad que, en parte desconocías, pero que temías fuese parte de tu historia.

Viajaste o huiste.
Aprendiste o implosionaste.

Hiciste lo que pudiste.

Y hoy, sentada en este café en Mexico,
con el vacío de saber que el CaffeMorrison original fue vendido y en su lugar se instaló un diseño moderno que no sabe a Caffé Morrison,
sintiendo que éso debiera significar (¿quizá?) un cambio de casa
te das cuenta que toda la emoción, la adrenalina, las nuevas personas
las noches de baile desaforado
las amistades de extraños
las aventuras increíbles

fueron ruido.
El ruido que buscaste generar para no quedar en silencio.

Porque tu miedo es el vacío.
El vacío de que no haya más nada para afuera.
El vacío de no ser correspondida
de que tu alma no encuentre sosiego
de que nadie te entienda.

El vacío de un alma profunda
que no se puede expresar.

¿desde cuándo decidí callarla?


No cambio ni un segundo de mis 9 años de ruido. Me hicieron aprender todo lo que hoy sé.
tuve que contaminarme para poder reconocer el daño.
Tuve que rodearme de miles y miles
para conocer, realmente, la soledad.

La compañía no se cuenta con los dedos de la mano,
se cuenta con el aire del alma.


 #Escribo para entender. Entender qué es lo que pasé, en ese agujero de 9 años, donde mi alma se transformó tanto que ya no pude reconocerla. Donde fui a explorar, y al explorar al mundo, el mundo me exploró a mí. Y me dio miedo. Y no estaba preparada para eso. 

La mirada de lo ajeno, las culturas distintas, introducir del aire todo lo nuevo que pudiera conocer no era más que el abismo reflejado en mí. 

Jugué a las mil personalidades, a la Majo adaptada al sudeste asiático, Majo adaptada a Oceanía, Majo adaptada al medio oriente, a África. Siempre sentí que poder adaptarme tan fácilmente a culturas distintas era un "asset" que tenía. Pero era, tristemente, mi falta de ingredientes, mi repudio a lo que me conforma, mi desprecio hacia mis genes y mi pasado, que hizo que buscara sosiego en cualquier país que me acogiera.

La idea de una nueva vida, una nueva familia... fueron un parámetro, una estructura constante para sentirme parte de algo que, en esta vida, siento que está equivocado.

Siento la soledad de un niño adoptado que no sabe nada de donde viene su familia.

Siento que nací en otro lugar, en otra familia, en otra cultura. Y que nadie lo sabe ni lo supo jamás. 

Mi vida la formé encontrando pedazos de culturas que resonaban con mi ser, y así formando una nueva "nacionalidad"; la mía, la original, única, o lo que sea que fuere.

Elegí ser incomprendida, hablar con palabras adoptadas, expresiones de otras culturas, movimientos del otro lado del mundo, creencias y recuerdos que no se acomodan a la facilidad católica de Latinoamérica, mi región de origen. Sentía que eso me hacía única y fascinante. Lo que de tanto en tanto es real, pero la mayoría de los veces causa separación a raíz de la falta de entendimiento.


No lo sé. Ya no lo sé.

No sé quién soy.

No sé a quién amar.

A la sombra de quien una vez fui, a quien protegí bajo 70 candados,

o a la que  se aventuró al mundo dispuesta a perderse en él,

y que el mundo se pierda en mí.