Nos encontramos cuando los dos permitimos que otras causas liberen lo que ya llevamos dentro.
Cuando ya no nos importa la diplomacia, ni los títulos, ni las presentaciones.
Nos encontramos en ese tercer trago y esa sonrisa cómplice. En el universo del Platón. Ahí nos conocemos, nos gustamos, nos deseamos, nos entendemos.
Ahí donde nuestras pobres almas mortales descansan en la discresión de echarle la culpa a lo externo por sentirnos parte de algo que quizás allá, en el mundo real, no nos pertenece.
No toda relación tiene que cruzar el abismo de lo real y lo cotidiano.
Y yo puedo querer lo que sos.