Cuando teníamos unos 11 años a una amiga del colegio le regalaron una navaja suiza para su cumpleaños. Las navajas suizas son ésos estuches que se abren en mil cuchillos, muy práctico si sos marinero o pescador o te gusta acampar. Poco comprensible si sos una chica de 11 años.
Estábamos en clase. Loli me mostró su navaja, y yo me puse a abrir todos sus cuchillos. Era emocionante ver cómo tantos filos con tantas formas podían entrar en una pieza tan chiquita. Después de unos muy pocos minutos, vi que mi mano estaba empapada de sangre, cubierta por un caudal del cual no podía descubrir un origen: nada me dolía, nada me molestaba, pero claramente en algún lado me había cortado.
Pedí permiso y me fui al baño tratando de no mostrar mi mano ensangrentada. No quería que el colegio, extremadamente católico y cuidadoso, llamara médicos que me cosieran lo que fuera que me haya cortado. En el baño, limpiándome, descubrí la herida: un tajo grande y profundo en mi dedo gordo derecho, causado probablemente por una de las navajas, nuevas, brillantes y filosas, de ése cortaplumas. Yo veía la herida, veía la sangre; sangre muy pura que sale de bien adentro de la piel, pero no sentía dolor. El filo de ésa navaja era tan perfecto que yo sabía que ésta sería una cicatriz de por vida, pero no sentía el dolor. El corte era tan inesperado, tan poco previsible, que en ningún momento me enteré de lo que había pasado hasta que vi la sangre derramada, pero no sentía dolor.
Unos trece años más tarde, luego de escribir algunos textos y tener algunas conversaciones profundas sobre lo que le sale a uno del alma cuando te preguntan sobre la vida, Lucas me preguntó: "Pero quién te creés que sos?"
Su pregunta iba dirigida, creo yo, al hecho de que yo estaba en un momento de gran creatividad y grandes escritos sobre mis teorías de la vida (en este blog, año 2009 o por ahí). Yo escribía porque escribir es mi manera de vivir, mi manera de ver y sentir las cosas, de preguntarme cuestiones existenciales. Escribir me salió siempre natural, y sacar mis cosas de adentro (del corazón, la cabeza ó la tripa) fue siempre mi manera personal de crear amor desde mí misma -algo que cada vez nos olvidamos más de hacer.
"Quién te creés que sos?"
Pasaron otros trece años de ésa pregunta.
Y, tal como la navaja suiza, el corte en su momento no dolió, ni noté que había pasado. Pero la cicatriz me marcó profundamente. Algo dentro mío se apagó, como una planta a la que le quitan el sol y deja de poder hacer sus procesos básicos para subsistir. Lentamente, sin darme cuenta, la herida -que fue directo al alma- empezó a quitar el oxígeno de mi pluma, de mi mente. Dejé de hablar de cosas que no tenían evidencia científica, porque ahora tenía que justificar todo lo que decía, para poder tener autoridad en mis palabras y nadie nunca más me preguntara quién me creo que soy.
Y de todas las heridas, ésta es una de las que más duele.
Porque es previsible el dolor innato de la vida, las separaciones, los desencuentros, los engaños. Ésos dolores uno los reconoce al instante.
Recién hoy encuentro la fuente de esta cicatriz interna. Y mi alma respira. Y se siente liberada. Y me dice que puedo volver a escribir, porque soy parte de éste todo y eso hace que, entonces, mi verdad exista como existen las montañas o el viento.
Y ya no tengo que justificarme.
Quote del día:
This is how it works:
you peer inside yourself
you take the things you like
and try to love the things you took.
And then you take that love you make
and stick it into someone else´s heart
pumping someone else´s blood
and walk arm and arm
you hope you don´t get hurt
but even if it does
you just do it all again
Regina Spektor - On the radio.