Una vez hubo un chico.
Y ése chico era más. No me preguntes por qué, ni cómo, pero era más.
Ahora que lo veo en retrospectiva, parecía ser una obsesión o algo muy parecido. Pero era una obsesión sana, de las idealistas, de las que uno no hace nada al respecto. Porque, como le dije a lu una vez, si llegara a cambiarse el estado de las cosas, el chico dejaría de ser una imagen y se convertiría en realidad
(y nunca me interesó su realidad)
Pero este chico una vez me preguntó:
- ¿por qué sos depresiva?
y mi respuesta natural fue ofenderme. Quién sos, chico. Extraño. Ajeno.
Lejano.
No me conocés.
Pero no pude evitar masticar sus palabras.
Hasta el punto que hoy, dos o tres años después, siguen en mi boca. Son ácidas. Tan ácidas que todavía no tuve tiempo de digerir.
¿Te debo una explicación? No. Estoy más que segura que ya te olvidaste éso que me dijiste.
Extraño. Ajeno.
No soy depresiva.
Pero escribir es desnudarse,
y desnudarse es volverse vulnerable.
Mis palabras sufren de vulnerabilidad. Siempre. Y está mal, me desnudo, me exibo. No me gusta, pero no me puedo evitar a mí misma.
En la vida real no soy vulnerable: no sé llorar y qué querés que le haga.
Ésa es mi respuesta.
No soy depresiva,
pero escribo.
Soy desnuda.
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