Hace mucho tiempo escribí el primer post sobre la mala educación en respuesta a lo que a mí me parecía era una pérdida de valores asociada con la inmersión de las caras de la gente en los telefonitos.
Ese momento en la humanidad en el que dejamos de saludarnos, dejamos de vernos la cara y comenzamos a temer a quienes nos miran a los ojos. Ese momento en el que la vida de un tercero, que hasta quizá nos cae mal, agarra nuestra atención cuando estamos justo enfrente de la gente que más nos importa.
Ese momento en el que una app o cualquier estupidez nos ayuda a escondernos de la innata ansiedad que sentimos todos cuando estamos rodeados de otras personas.
Callar es más fácil.
No participar es más fácil.
No exponerse es más fácil.
No hacer el ridículo es más fácil.
Pero las relaciones de quien calla son insípidas.
Por obvio que parezca, el silencio es el creador de lo inmóvil.
Y el silencio genera silencio. Y vacío.
Y después la gente se pregunta por qué ya no habla más con quien hubo reído a carcajadas un tiempo atrás.
Las conversaciones con quien asiente en todo son aburridas.
Quien asiente no agrega nada nuevo. Quien asiente, calla.
Quien coincide en todo lo que se dice es un persona sin sal: físicamente es igual a todos, podría ser el manjar más exquisito, pero la decepción viene cuando uno se entera que no tiene gusto a nada.
Callar. Mentir. No saludar. Asentir. No agregar. No inquietarse. No conectar.
Estos creo son los pecados de la Mala Educación.
Y yo me pregunto,
¿Cuándo dejamos de buscar el alma en los otros?
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